El puntillismo
o divisionismo es una técnica pictórica que consiste
en representar la vibración luminosa mediante la aplicación
de puntos que, al ser vistos desde una cierta distancia, componen
figuras y paisajes bien definidos. En los cuadros todos los colores
son puros y nunca se mezclan unos con otros sino que es el ojo del
espectador quien lo hace.
Cada uno de
los puntos que componen la obra tienen un tamaño similar,
de forma que el espectador no puede dejar de observar una perfección
que hace pensar en una imagen idílica congelada, como una
visión duradera de la realidad o la imagen.
A pesar de que
el puntillismo es considerado como la corriente continuadora del
Impresionismo, se aleja de éste en la concepción sobre
las formas y los volúmenes, y es que en el puntillismo, las
formas son concebidas dentro de una geometría de masas puras
siendo sus cuadros perfectos ejemplos de orden y claridad.
Según
Martín González, el cambio o evolución del
impresionismo al puntillismo se vio beneficiado por los estudios
teóricos y científicos de Cheveral, entre otros, sobre
el color y las formas que, si bien ya habían sido conocidos
y leídos por pintores de épocas y estilos pasados,
son los puntillistas los que lo llevan a su máxima aplicación.
Las obras de
Chevreul aseguraban que los colores, cuantos más puros fuesen,
tonos más interesantes conseguirían. Por ello los
puntillistas, una vez hechas las figuras sin mezclar ninguno de
los cuatro colores básicos -ni sus derivados- que utilizaban,
dejaban al ojo humano el resto: mezclarlos produciendo una imagen
vibrante, luminosa, armónica.
En Italia los
puntillistas adoptaron el segundo de los nombres expuestos, el de
divisionistas. Del país itálico destacaremos las obras
de Segantini y Previati.
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